El término Primera Dama designa a la mujer o cónyuge del presidente de una república o, en su defecto, a quien –madre, hija o hermana- cumple con sus funciones protocolares en viajes y ceremonias oficiales. Por tanto, se trata de un cargo meramente protocolar.
Las primeras damas no son votadas ni elegidas pero asumen un rol protocolario e institucional importante y determinante en las sociedades actuales. Desde el punto de vista institucional, su actividad no está regulada, pero su importancia es decisiva en la imagen de la institución.
En el caso de que se trate de un hombre (cuando la mujer sea la presidenta), el que ocupe el puesto, suele recibir el título de “Primer Caballero”.
Origen
La figura de la primera dama tiene sus precedentes en Roma, donde destaca el caso de Livia Drusila, esposa del emperador Augusto, que junto a él formó parte de la primera pareja romana, intervino en política y se consideraba que era quien más influía en el emperador (Sánchez Hernández, 2011).
Su denominación suele atribuirse a Mary Clemmer Ames (1877), periodista victoriana del Springfield, Massachusetts Republican, New York Press (1865) y del Brooklyn Daily Union (1869-1871) y autora de Ten years in Washington. Life and Scenes as a woman sees them (1871), quien al referirse a Lucy Webb Hayes, esposa de Rutherford B. Hayes, utilizó la denominación “The First Lady of the Land”. No obstante, al parecer la expresión ya había sido utilizada por la prensa al aludir a Mary Lincoln –esposa de Abraham Lincoln y, sobre todo, a Harriet Lane, la sobrina de James Buchanan, que actuó como primera dama durante la presidencia de su tío. Esta última, conocida como “la reina democrática”, fue un verdadero modelo para la sociedad de su época. Gran anfitriona y muy cuidadosa con el protocolo en momentos de tensiones políticas regionales, se ocupó siempre de señalar las precedencias adecuadas en los actos sociales que organizaba, ejerciendo sus funciones con gran tacto.
Charles Nirdlinger, autor teatral, popularizó la expresión aún más al estrenar en 1911 su obra The First Lady in the Land acerca de Dolley Dandridge Payen Todd Madison, esposa de James Madison, presidente de los Estados Unidos en 1809. A partir de los años 30, queda consolidada la denominación “Primera dama” –First Lady- y se extenderá a casi todas las repúblicas del mundo, aunque muy especialmente a las hispanoamericanas.
En España
Resulta interesante hacer una búsqueda en Google y ver que Primera Dama nos trae a Ana Botella, Carmen Polo, Dolores Rivas Cherif, Carmen Romero y Sofía de Grecia. ¿No podría serlo Carmen Polo? Es decir ¿podría hablarse de primera dama en las dictaduras? En sentido estricto, la única de que sí lo fue es Dolores Rivas, la esposa de Manuel Azaña.
«¿Cuántas veces hay que repetir que ESPAÑA no tiene la figura de primera dama?» https://t.co/r2YCLTbQyJ vía @YAmatriain sobre un artículo de @vanitatis #protocolo #política
— IMEP (@protocoloimep) 18 de febrero de 2019
Conclusión
El manejo oficial de la figura de la primera dama pasa por la elaboración de una cuidadosa sintaxis iconográfica, estructurada de acuerdo con un ideal institucional. Sin embargo en España no existe esta figura.
Como asegura Mario Alejandro Carrillo “el manejo oficial de la figura de la primera dama pasa por la elaboración de una cuidadosa sintaxis iconográfica, estructurada de acuerdo con un ideal institucional” (1992: 232). Lo que es innegable es que la primera dama se convierte en un referente institucional y que no es sólo su persona lo que está en juego sino también la institución a la que representa. Muchas lo saben y han logrado sacar partido de esa imagen e incluso rédito personal, utilizando el cargo para realizar acercamientos a determinados lobbies y lograr posicionarse políticamente hasta el punto de haber concurrido posteriormente a elecciones presidenciales e incluso haber accedido a las presidencias de sus respectivos países.
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El artículo completo se encuentra en academia.edu. Autora: Dolores del Mar Sánchez González.
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