Sin lugar a dudas la actual Champions League es uno de los eventos más importantes de cuantos se celebran a nivel mundial, pero todos los actores que lo conforman coinciden en su necesidad de evolución y cambios para conservar esta posición de liderazgo. Sin embargo, la manera en la que se está afrontando ha sacudido no solo el mundo del fútbol, sino que se ha convertido en la noticia del momento en cualquier medio de comunicación, foro o tertulia de bar.
Al menos en el debate público, se está poniendo el foco en aspectos como lucha de poder, avaricia de clubes ricos o la dramática situación económica de éstos. Sin lugar a dudas, todo esto está muy presente, pero hay mucho más.
El aficionado, ¿el gran olvidado?
Un evento, como puede ser la Superliga o la Champions League, tiene su naturaleza de ser y su importancia en tanto en cuanto sea capaz de cubrir los objetivos de todos aquellos agentes que participan en él. Equipos -que más que equipos son auténticas marcas comerciales con presupuestos mastodónticos-, patrocinadores que ven en el evento la mejor opción como plataforma de promoción y comercialización, jugadores y cuerpos técnicos en busca tanto de la gloria deportiva como de ingresos más o menos cuantiosos durante su corta vida profesional, televisiones y medios de comunicación que venden tanto sus espacios publicitarios como el propio visionado del evento, así como de los propios organizadores, quienes también reclaman una parte del pastel.
Para la consecución de los objetivos de todos ellos, se requiere de la participación del agente más pasional, vulnerable y probablemente olvidado: el espectador. Un aficionado que cada vez es menos partícipe de las decisiones de los clubes, al que cada vez se le tiene menos en cuenta por parte de los organismos que organizan las competiciones, al que cada vez se le pide más a la par que se le ofrece una sobreoferta en gran cantidad de momentos poco atractiva de partidos tanto de clubes como de selecciones nacionales y que ve como la consecuencia de su entusiasmo por el deporte rey es un cada vez mayor enriquecimiento no solo de sus ídolos sino también de muchos otros agentes.
A esto debemos añadir que los niños, en la actualidad, ya no juegan a la pelota en la calle, ni ya la gran mayoría de ellos sueñan con ser el nuevo Cristiano Ronaldo o Messi, ni siquiera consumen en televisión partido de fútbol tras partido de fútbol. Para las nuevas generaciones -y las no tan nuevas- han surgido productos sustitutivos y hay otros que han evolucionado como sobre todo ocurre con los e-games o los e-sports. Muchos de esos niños, cuyo sueño era ser una estrella del fútbol, ahora lo hacen con ser estrellas de Fortnite, de League of Legends o ser youtubers por citar algún ejemplo. La reducción de las audiencias de televisión de eventos como la actual Champions League en gran medida también viene causada por este cambio de tendencia de los nuevos consumidores y si la industria del fútbol no quiere retroceder es algo que también debe considerar.
Por tanto, el debate no debe focalizarse solo en quién manda sobre el evento/competición o en cómo se aumentan los ingresos. Los máximos responsables de los clubes impulsores de la Superliga son empresarios de éxito en diversos ámbitos, al igual que muchos de sus homólogos en las grandes ligas y todos ellos son conscientes del reto que tienen por delante y de la necesidad de cambiar.
¿Dónde se encuentra el debate?
Resulta indudable que la industria del fútbol y, por extensión, los eventos vinculados a ella, no están exentos de escándalos y de, siendo generosos, falta de transparencia: adjudicaciones de sedes de eventos con el Mundial de Qatar bajo sospecha, sobrecostes en fichajes, comisiones multimillonarias a agentes, contratos opacos, desconocidos repartos de beneficios generados por estos eventos, etc. Al igual que parece claro, a la vista de las últimas declaraciones de sus responsables, que la industria está generando costes muy por encima de los ingresos que obtiene por lo que no se sostienen los formatos actuales. A todo ello hay que añadir la aparición en los últimos años de los “clubes estado” o los oligarcas, magnates o fondos de inversión internacionales que adquieren equipos de fútbol -ya sea con ánimo especulativo a modo de capricho caro- que han provocado la generación de una auténtica burbuja que distorsiona la realidad del mercado.
Pero el fútbol no podrá seguir siendo un espectáculo universal, de masas y para todos los públicos si se elimina la posibilidad de participación real de los clubes más pequeños, si se cohíbe la posibilidad de llegar a la élite a quien lo haga bien o si se garantiza la presencia de los fundadores en la competición, pase lo que pase en el terreno de juego. Como tampoco puede ser la respuesta de la otra parte la amenaza con impedir la participación de las estrellas en las competiciones tradicionales como antiguamente ocurría con los deportistas profesionales en los Juegos Olímpicos, de la exclusión de competiciones vigentes o las descalificaciones personales.
A todas las partes les convendría más sentarse a dialogar, a intercambiar impresiones realistas sobre el futuro de la industria y plantear soluciones globales que deberían contemplar, entre otros, los siguientes aspectos:
- Poner al aficionado, tanto del presente como del futuro, en el epicentro de sus decisiones.
- Restructurar los organismos que lo rigen haciéndolos más participativos a los agentes implicados y absolutamente transparentes en todos los aspectos (económicos, contractuales y comerciales), del mismo modo que estos valores deben impregnar el conjunto de los agentes que conforman la industria.
- Control financiero exhaustivo de los clubes mediante la adoptación de medidas como el límite de gasto ligado a ingresos reales o el tope salarial al estilo NBA.
- Establecer nuevos mecanismos reguladores del mercado de fichajes.
- Limitación del poder de acción de los agentes intermediarios cuya aportación de valor añadido a la industria es cuestionable.
- Desarrollar estrategias de integración de los productos potencialmente sustitutivos como los e-games o e-sports.
- Actualizar los formatos tanto del evento en sí como del propio desarrollo del juego.
- Apostar por la base, tanto en materia formativa como de seguidores.
- Explorar nuevas vías de comercialización en formatos nativos digitales que a día de hoy son ajenas a ellos.
- No olvidar nunca que la base de su negocio se cimenta en las emociones de los aficionados, el espectáculo de los jugadores y en el buen hacer de los organizadores.
En conclusión, el futuro de la industria del fútbol y de los eventos ligados a ella no va de si Superliga o Champions League, va de que todos los agentes implicados aparquen sus intereses individuales porque de lo contrario los depreciarán. En sus manos está que el fútbol socialmente siga siendo lo más importante de las cosas menos importantes.
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